¡Cuántas veces habremos oído o incluso dicho: «tienes más paciencia que el santo Job«… Aquí está la explicación de por qué este santo es asociado a la paciencia; un gran modelo de santo que supo dejarse en manos de Dios y confiar en Él.
La Escritura nos presenta la figura de Job sufriendo, protagonista del dolor. Son dos capítulos breves en que, con rapidez estilizada, va bajando los escalones de la privación y el sufrimiento hasta la hondura del dolor.
Primero pierde la hacienda: bueyes y asnos, corderos y camellos, siervos. Después pierde los hijos. Después la salud. Y así queda, llagado de pies a cabeza, tendido sobre la ceniza, rascándose las úlceras con una tejuela, mientras su mujer le escarnece: «¿Aún te aferras a tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!«.
La resignación de Job está concentrada en un par de frases sobrias y robustas. Cuando pierde hacienda e hijos exclama: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo tornaré allá; Yahvé lo dio, Yahvé lo tomó, bendito el nombre de Yahvé«. A su mujer que le escarnece responde: «Bienes recibimos de parte de Yahvé; los males ¿no los recibiremos?”. En ambas ocasiones comenta el autor sacro: «En todo esto no pecó Job«.
Aquí tenemos a Job sufriente y sufrido, parco en palabras, íntegro en someterse a Dios. Por encima de esa figura humana suena la voz de Dios en su consejo: «¿Has reparado en mi siervo Job, que no hay como él en la tierra; hombre íntegro y recto, temeroso de Dios, alejado del mal?«.