El pasado septiembre tuvimos la gran oportunidad de poder disfrutar de un fin de semana de formación en Torrejón de Ardoz con el Padre Curri, y fue allí donde el Padre Julio conoció a las misioneras del Mater Salvatoris. Poco después las Madres recibían un mensaje del Padre pidiéndoles que por favor llevásemos nuestra alegría e ilusión a Estremera un pueblecito de Alcalá de Henares donde el está actualmente.
Y así fue como el 27 de diciembre las misioneras nos pusimos camino a Alcalá de Henares. Como siempre, estábamos todas a las 8:30 de la mañana en el cole dispuestas a llevar a los demás el espíritu de la navidad, dando un poquito más de nosotras, dejando nuestras preocupaciones en Madrid.
Al llegar, lo primero que hicimos, fue ofrecerle nuestro día a la Virgen, pidiéndole que nos diese fuerzas y que llenase nuestros corazones de ilusiones y alegrías para que nada ni nadie pudiese impedir que cumpliésemos nuestra misión en una época tan importante como es la Navidad.
Cada misión es especial, diferente. Nunca puedes predecir lo que va a pasar o lo que vas a tener que hacer ese día porque cada día es distinto, cada día está lleno de sorpresas y nuevas metas que nos ayudan a crecer poco a poco. En esta última misión, que era de día entero, nos dividimos en grupos para intentar llegar a cada rincón de ese pequeño pueblo; unas fuimos a una residencia donde pasamos la mañana cantando villancicos, escuchando asombrosas historias de ancianos que vivieron la guerra durante su infancia, bailando; otras estuvieron jugando con los niños pequeños, dándoles catequesis, enseñándoles que la navidad no consiste solo en recibir regalos, sino que es un tiempo de estar en familia celebrando el nacimiento del niño Jesús. El tercer y último grupo, tuvo la gran suerte de ir por las casas dando la comunión a los enfermos. Como cada navidad, por la tarde preparamos con los niños un belén viviente para sus familias donde se veía reflejada la alegría de la navidad.
A pesar de haber pasado frio, estar cansadas o agobiadas por todo lo que nos queda por hacer cuando lleguemos a casa, la vuelta siempre es especial; nuevas amigas, nuevas experiencias, nuevas lecciones que te hacen darte cuenta de que realmente ha merecido la pena.
Misioneros en un grupo pequeño muy unido donde todas nos ayudamos unas a otras. Te enseña que la edad no importa y que la grandeza se esconde en las pequeñas cosas, que las apariencias engañan. Pero sobre todo te enseña que solo necesitas un polo rojo, unos vaqueros, un bocata, una sonrisa en la cara y muchísima ilusión para darte cuenta que cuando crees que mas estás ayudando es cuando más estas recibiendo y que aun te quedan muchas cosas que aprender. Donde conoces a gente increíble y vives experiencias que jamás olvidarás.
De repente un día Dios te pone delante a un abuelito enfermo que por mucho que le hablas no te contesta, no sabes que hacer, piensas irte y cuando lo vas a hacer te agarra la mano y con la mirada te dice que te quedes. Intentas volver a entablar conversación con él, preguntándole por su familia pero una vez mas no sale ninguna palabra de su boca; notas como cada vez te agarra más fuerte y sientes que te necesita. Es entonces cuando te das cuenta de que una mirada vale más que mil palabras y que una sonrisa mueve montañas. Podrás pensar que no has hecho nada pero con el paso del tiempo te darás cuenta de que dejaste huella en el corazón de aquel abuelito que quizá debido a su alceimer no se acuerde de que estuviste aquella mañana sentada a su lado pero algo en su interior le dirá que aquel día fue diferente a los demás.
No importa si eres sociable o te cuesta hablar con desconocidos, si eres muy activa o no, lo único que necesitas son ganas de cambiar el mundo, de darte a los demás y transmitir tu alegría y tus ganas de vivir, dando a conocer que el secreto de esa alegría que llevas dentro se llama fe.
Vive tu vida ordinaria de forma extraordinaria. No te rindas. Pisa fuerte, deja huella.