En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,16-20).
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, pareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días». Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?». Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hch 1,1-11).
COMPOSICIÓN DE LUGAR
Los discípulos en el monte donde se aparece Jesús por última vez antes de ascender a los cielos.
PETICIÓN
¡Señor, hazme testigo de tu resurrección! Es decir, que sea capaz de dar testimonio de que Cristo vive.
* Una primera aproximación a la “Ascensión” nos explica el sentido de las apariciones que es agrupar un círculo de discípulos que puedan testimoniar que Jesús no ha permanecido en el sepulcro, sino que está vivo. Su misión es anunciar al mundo que Jesús es el Viviente, la Vida misma. Primero a Israel, pero la meta última de los enviados de Jesús es universal. El gozo y la alegría de poder dar testimonio de que el Señor vive, y es fuente de vida. ¿Cómo vivo esto? Se supone que estos días de pascua me han hecho reflexionar sobre mi misión como cristiano, la radicalidad de mi compromiso bautismal.
** En segundo lugar, la “Ascensión” supone el final de las apariciones terrenales del Señor. Es decir, la presencia física del Resucitado no va a ser posible ya. Sin embargo, podemos y debemos decir que va a darse una nueva forma de presencia del Señor, de una manera nueva y poderosa. ¿Cómo es posible esto?
En los Hechos de los Apóstoles se dice: “Y después de decir esto, mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos” (Act 1,9). La nube nos describe como se presenta la desaparición de Jesús a sus ojos, no como un viaje hacia las estrellas, sino como un entrar en el misterio de Dios, a otra dimensión del ser. Es un “sentarse”, o estar, a la derecha de Dios, que significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio. Jesús entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso no se ha “marchado”, sino que en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros y por nosotros. La humanidad de Cristo entra en la Trinidad y todos nosotros con ella.
*** El Monte, en el mundo bíblico es el lugar donde habita la divinidad y por tanto el lugar de encuentro con Dios. Pero es la invitación del Señor la que posibilita este encuentro que supone un salir de sí y subir al monte del Señor (Moisés-Sinaí Ex 24,12-18; Elías-Horeb 1Rey 19). Ahora es Cristo el que aparece en el monte. Signo de la divinidad del Señor. Es el Kyrios (Mt 28,16: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra…”), ¡con qué señorío y majestad está! El Señor, que irrumpe en mi vida y todo lo puede. El que me puede me mira y me señala. He sido invitado al monte, donde me encuentro con el Resucitado, como un discípulo más. Debo escuchar atentamente lo que me pide el Señor.
**** “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”, Cristo es el SEÑOR de todo, en el cielo y en la tierra. Es un Rey y Señor que no actúa imponiendo, sino con la fuerza de la convicción. Es un Señor lleno de humildad, que pide permiso para entrar en nuestro corazón y se atreve a invitarnos a compartir la mesa con Él (la Eucaristía). Está siempre a nuestra disposición y hace gala de su autoridad sirviéndonos.
Por tanto tiene autoridad sobre todo y manda a los suyos de un modo muy especial: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Manda a sus discípulos que vayan a todos los pueblos y tras dar testimonio del Viviente, bautizarlos. El Señor quiere que se llegue hasta los confines del mundo. Que no haya nadie que no haya oído hablar de Él. Que hagan nuevos discípulos, pues el evangelio tiene fuerza y palabras de vida eterna. Qué enseñen a todos los hombres (todos los pueblos) a guardar lo que nos ha mandado y así permanecer en su amor. Es la misión universal de la Iglesia, de los bautizados en Cristo. Y a mí ¿en qué me afecta esto? Debo hacer un examen profundo de mi vida misionera. Lo que el Señor me pide es que dé testimonio de Él en mi sitio concreto, empezando por mi casa, mi familia, mis amistades, mi trabajo o estudio, mis diversiones… en todo lo que me rodea, pues soy discípulo suyo y he de proclamar el evangelio con mi vida y con palabras.
***** “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Realmente esto es maravilloso, saber que Él estará siempre con nosotros. Esto es posible porque ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la ascensión; con su poder que supera todo
espacio, como hemos explicado más arriba, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos, y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia. Esto quiere decir, que ante la misión tan grande de proclamar el evangelio por todas partes, no estamos solos. Su fuerza y su presencia nos acompañan. Por eso es tan importante el cuidado de nuestra oración, de nuestra regla de vida, de nuestro quehacer diario, del apostolado,… Y al mismo tiempo es un grandísimo consuelo saber que Él nos acompaña siempre, en los momentos más difíciles y complicados de nuestra vida.
