El Ave María II

Meditación sobre Rosarium Virginis Mariae de San Juan Pablo II

COMPOSICIÓN DE LUGAR

Según el texto que vayamos a meditar (Lc 1,26-38 y Lc 1,39-56). Ver, contemplar a María, en la Anunciación o en la visitación. Detenerse en la humildad de María, en su gratitud y adoración a Dios.

PETICIÓN

María enséñanos a comprender y rezar bien el Ave María.

* “Bendita tú entre las mujeres”, es el saludo de Isabel, llena del espíritu Santo, a su prima María. Igual que el ángel la colmó de alabanzas, ahora Isabel va a hacer lo mismo. Es el cielo y la tierra los que van a mostrar su admiración y alegría por la Virgen Madre de Dios que porta un misterio de salvación del género humano. Únete a ellos, vayamos a cantar las glorias de María. Pero no están dirigidas exclusivamente a María, sino que principalmente se dirigen a Dios. Isabel está diciendo que María está colmada de bienes, de Dios por todas partes y lo va derramando como el agua que brota del manantial. María, llena de Dios, porque se fio totalmente de Él. María, llena de Dios, porque se ha hecho esclava del Señor y se descubre como propiedad y pertenencia de Dios. María, llena de Dios, porque con su “fiat” se dejó hacer por Él. Es un “fiat” ensayado desde que tenía uso de razón, porque María había vivido siempre de cara a Dios. Su corazón, sus pensamientos su deseos, todas las fuerzas de amar consagradas y dirigidas a Dios. No puede ser de otra manera. 

¡¡BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES!! Cuídanos Madre, danos un corazón como el tuyo, lleno de Dios y sólo para él.

** “Bendito el fruto de tu vientre”. ¿Qué porta María en su vientre? A todo DIOS hecho Carne. Esto es increíble. ¡Qué una criatura humana lleve en sus entrañas a todo Dios que se ha hecho hombre! Pero más increíble es Dios. Impresiona la humildad de Dios que se ha despojado de su rango y ha tomado la condición de esclavo (Fp 2,6-8). Nunca acabaremos de entender la humildad de Dios. ¡Es tan incomprensible! Estamos ante el misterio de la humildad de Dios. Pero también ante la alegría y el gozo de Dios por su obra. Es decir, se deja entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra, la encarnación del Hijo en el seno virginal de María. Recuerda al momento de la creación cuando vio Dios lo que había hecho y vio que era bueno (Gn 1,10). La complacencia de Dios ¿qué es? Dios se recrea en su obra maestra, es júbilo desbordante por el bien y la gracia derramados. Por otro lado, es el asombro del cielo y la tierra y el reconocimiento de la majestad, grandeza y bondad de Dios, ante el milagro >más grande de la historia. Un milagro que necesita el consentimiento de una persona para poderse llevar a cabo. Allá, en una pequeña y desconocida aldea de Nazaret, dónde vive una humilde y sencilla Virgen que abre su corazón a Dios dispuesta a lo que él quiera, exclamando: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según su palabra” (Lc 1,38). “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Es, también, el cumplimiento de la profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48). ¡Qué decir ante esto, sólo cabe adorar a Dios, asombrarse ante la humildad de Dios que se abaja a pedir permiso a su criatura más preciada!¡La grandeza de María, grande por su sencillez y humildad!

*** “Jesús”. Este nombre santo, cuyo significado es “Señor ayúdame, sálvame”, es el centro del Ave María, casi como engarce entre la primera y la segunda parte. Todo va dirigido a Él y todo se explica en Él y con Él. Al ser el centro destaca la importancia del misterio de la Encarnación y del nombre de Jesús, el único nombre del cual podemos esperar la salvación (Fp 2,6-8). Es un nombre impuesto por Dios, que no sólo expresa su deseo de salvación del género humano, sino lo que es, lo que lo realiza. Por eso añadimos tantas veces al nombre de Jesús el adjetivo de salvador. Es la razón de ser de María, sin Él, todo lo que ha recibido María de Dios no tiene sentido alguno. Por eso, cuantas veces decimos María de Jesús y al revés Jesús de María. De aquí se explica que María vivió, como dice el Concilio vaticano II, exclusivamente para la persona y la obra de Jesús. Repitamos sin miedo este nombre santo, fuente de salvación y recreémonos como lo haría María al pronunciar este nombre. 

¡Jesús!¡Jesús!


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