Este sábado queremos contemplar a María cerca de tu Hijo. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiestan cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad.
Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino», María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Así, con estas palabras es como actúa María con todas nuestras peticiones. Diciéndole a su hijo qué es lo que nos falta, preocupándose, espera una intervención de su Hijo en nuestra vida.
Y eso que hasta el momento, Jesús no había hecho ningún milagro. Primer milagro de Jesús, últimas palabras de María. A partir de este momento, los evangelios no recogen ni una sola intervención más de María. Quiere dejar, todo el protagonismo a su Hijo. María muestra su gran fe y también su gran humildad. Una vez más, muestra su total disponibilidad a Dios “provocando” el primer signo: la prodigiosa transformación del agua en vino. Y tenemos que creernos que las peticiones de María, también provocan milagros de Jesús en nuestra vida.
La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», tiene un mensaje directo siempre actual para nosotros. Nos invita a una confianza plena, sobre todo cuando no entendemos el sentido y la utilidad de lo que Cristo nos pide. Este episodio nos invita a creer en las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará»
Durante la vida pública de Jesús, María se acercaba a escuchar la predicación de su Hijo. Se puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Nazaret, es posible que María escuchara a su Hijo también en Cafarnaúm, es probable que lo haya seguido también con ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo. Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin lograr acercarse a Jesús, escucha que su Hijo responde a quien le anuncia su presencia y la de sus parientes: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen»
Podemos pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su camino misionero, se mantenía informada del desarrollo de la actividad apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las noticias sobre su predicación de labios de quienes se habían encontrado con él.
La separación no significaba lejanía del corazón, de la misma manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a su Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya había hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le permitía captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor que sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasión.
Por otra parte, también llegarían a María críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Incluso en Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredulidad de sus parientes y conocidos. A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad y de forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «hacia Jerusalén» y, cada vez más unida a él en la fe, en la esperanza y en el amor, coopera en la salvación.
La Virgen se convierte así en modelo para quienes acogen la palabra de Jesús. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje divino y acogiendo plenamente a su Hijo, nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renueva nuestra vida.